lunes, 28 de febrero de 2011

Hijos de parejas gay de Estados Unidos abogan por plenos derechos para sus padres

Tomado de El País

Durante décadas, en la batalla que se ha librado entre fuerzas conservadoras y activistas por los derechos de los homosexuales, ha habido un polémico asunto que ha centrado una cantidad ingente de debates y disertaciones. ¿Afecta a un niño que le críe una pareja homosexual? Debido a que hasta finales de los años ochenta no se afianzó un movimiento de visibilidad gay, no había forma empírica de averiguarlo. Ahora, los hijos de padres y madres homosexuales han comenzado a hablar. En Estados Unidos han creado todo un movimiento de defensa de sus padres. Aseguran que nada les distingue de sus compañeros de clase y amigos. Y piden plenos derechos para sus progenitores.

Zach Wahls, de 19 años, es uno de ellos. El Tribunal Supremo de su Estado, Iowa, aprobó el matrimonio gay en 2009. Sus dos madres se casaron. En febrero, los republicanos llevaron al parlamento estatal una norma que haría legales solo las uniones heterosexuales. Zach acudió al turno de alegatos públicos. "En mis 19 años de vida jamás me he encontrado con una persona que haya sido capaz de imaginarse por sí misma que a mí me crió una pareja homosexual. ¿Por qué? Porque la orientación sexual de los padres no tiene ningún efecto en el carácter de una persona", dijo. "Si yo fuera su hijo, creo que le daría motivos de sobra para estar orgulloso de mí. Seguro que no soy tan diferente a como son sus hijos". El vídeo de su discurso ya ha tenido 1,6 millones de visitas en YouTube.

"Es irónico que quieran quitarle derechos a otros ciudadanos sin saber de qué hablan, sin conocer a las personas a las que atacan", explica ahora Wahls. "Este tipo de visibilidad es muy importante, porque les mostramos que somos gente como ellos, como sus amigos y vecinos, que no hacemos daño a nadie". Zach es un joven brillante. Estudia ingeniería. Tiene ya su propio negocio. Cuida de una de sus madres, que en 2000 fue diagnosticada de esclerosis múltiple. "Los detractores de las uniones gais usan siempre todos estos argumentos de lo mucho que va a afectar la homosexualidad a los hijos, qué males van a sufrir. Nosotros somos la prueba de que no es así", afirma.

Cierto es que las organizaciones conservadoras usan la falta de estudios sobre los efectos del matrimonio gay en los hijos para trazar un panorama aterrador. El poderoso lobby de Washington Family Research Council publicó recientemente un informe en el que decía que "los niños criados en familias con un padre y una madre son más felices, sanos y más exitosos que los niños que han sido criados en entornos no tradicionales". Acusaba también a las parejas homosexuales de ser crónicamente promiscuas. El estudio citaba una encuesta de 1984 en la que, de 156 parejas gais, solo siete eran totalmente fieles.

El panorama que retratan es desolador: las relaciones homosexuales son violentas, las lesbianas abusan del alcohol, la esperanza de vida entre gais es menor a la de los heterosexuales. Todo esto, aseguran, puede dañar a los hijos que críen, provocándoles serios problemas de ajuste en la sociedad. "Hay un mayor número de pruebas de que los niños criados en hogares con padres homosexuales tienen más probabilidad de experimentar sexualmente y cometer actos homosexuales", añade el documento.

Es probable que, si se le recitara esta lista de males a Chelsea Montgomery-Duban, esta se riera. Chelsea es una alegre joven de 17 años que adora a sus dos padres, que han estado juntos 29 años. "¿Me hablan a mí de compromiso?", pregunta. "¡Mis padres han estado juntos muchos más años que los de la mayoría de mis amigos! ¡Con lo altos que están actualmente los índices de divorcio en parejas heterosexuales! Y sí, yo me considero igual que ellos, no hay nada que nos diferencie, a excepción de que yo me considero más tolerante que alguna gente de mi edad, acepto más la diferencia", cuenta. Tal es la naturalidad con la que Chelsea habla de estas cosas, que en octubre el mayor lobby gay de EE UU, Human Rights Campaign, la eligió para compartir escenario con estrellas como Ricky Martin, Bette Midler o Pink para pedir más derechos para los gais.

La semana pasada, el Departamento de Justicia estadounidense anunció que dejaría de defender en los tribunales la constitucionalidad de una ley federal de 1996 que define el matrimonio como la unión de un hombre y una mujer. Fue una decisión personal del presidente Barack Obama que no ha suscitado respuestas airadas por parte de los conservadores. Muchos de ellos, como el exvicepresidente Dick Cheney o la exprimera dama Laura Bush, se han manifestado, de hecho, a favor del matrimonio gay. Sin duda, la labor de visibilidad de jóvenes como Chelsea ha tenido mucho que ver en ello. Ella y su familia son un poderoso argumento. "Muchas veces conocemos a gente que no sabe que tengo dos padres. Piensan que somos amigos. Ven lo bien que nos llevamos, lo felices que somos. Y cuando se dan cuenta de que somos una familia, entienden. No somos tan diferentes. Entonces yo les digo: 'Ya es tarde, ya estás convencido".

lunes, 21 de febrero de 2011

Dos miradas sobre la homofobia: Rocio Silva y Jorge Bruce

La brutal forma en que la policía peruana interrumpió la realización de "Besos contra la Homofobia" el pasado 12 de febrero ha llevado a que se visibilize la homofobia aún existente en nuestra sociedad y cultura.

Rocio Silva Santisteban y Jorge Bruce analizan las razones de este odio/asco/aversión hacia la homosexualidad...

El asco al maricón*

Por Rocío Silva Santisteban

¿Por qué dos chicos que se besan en la Plaza de Armas, sí, “provocadoramente” en las escaleras de la catedral, producen una especie de prurito en el alma heterosexual de un policía, una picazón existencial que le irrita en lo más profundo de su sexualidad?, ¿y por qué, no conformes con zarandearlos, separarlos, golpearlos con el escudo de plástico, cuando se van corriendo para refugiarse en un café, los persiguen y los acorralan dentro de una ¡¡galería de arte!!? Los mismos policías, ante el beso de dos chicas lesbianas, apabullados por tanto afecto inenarrable, hacen lo mismo, pero con un agravante: les tocan el sexo y los senos. Tocamientos indebidos. “A un maricón lo golpeas para que se haga hombrecito; a una marimacha te la agarras para que sepa lo que es bueno”. Esa mentalidad, señor ministro del Interior, nos debería dar vergüenza e indignación, porque no es otra cosa que la discriminación sexual en su estado prístino.

¿Por qué surge este asco al maricón? Sencillamente porque representa eso que no deben permitirse los machos: la penetración. Según los mandatos del machismo, el afeminado, el hombre que es amujerado o penetrado, es aquel que no puede construir su masculinidad y que permanece como el chivo expiatorio de la masculinidad de todo el conjunto. ¿Y por qué la irritación ante la lesbiana pública (en privado son los machos más machos quienes se excitan con pornos de sexo entre mujeres)? Porque representa aquella mujer que no se deja penetrar y que goza del sexo con otra mujer no para deleite del varón-voyeur, sino por su propio deleite.

Lo “marica” es aquello que se excluye de arranque en la actuación de la masculinidad con el objetivo de organizar sus límites: lo que está afuera, lo que definitivamente no debe ejercerse, ni hacerse ni permitirse, pero sí saberse, porque es preciso marcar con una tiza roja los límites de lo abyecto. Para que un “hombre sea hombre” en un mundo machista lo que debe de primar es la constitución de una esencial masculinidad que pasa por ser el penetrador, no el penetrado; por ser el castigador, no el castigado; por ser el activo, no el pasivo. Por lo mismo, para que una “mujer sea tal cual” debe ser la pasiva, la dominada, la abnegada, la que no goza de su propia sexualidad, la madre siempre virgen. Todo lo contrario es, por lo mismo, lo “provocador”: aquello que irrita por diferente, porque se expone, porque ataca el núcleo duro de lo “normalizado”.

Por perseguir el pánico a la provocación, los ministros, los policías, los bienpensantes, no se dan cuenta de que están echándole gasolina a la perversión. Porque ser perverso no es ser libre en el ejercicio de su sexualidad, sino permitir que el odio se instale en nuestras vidas y que el ejercicio de la violencia sea la forma de limpiarse de un asco incontrolado por temor, en el fondo, a que uno mismo sea maricón/lesbiana. El asco al maricón es la teoría; el asesinato a mansalva, una de sus prácticas. El asco a la lesbiana es la teoría; la violencia sexual, su práctica más siniestra. Por lo tanto, señor ministro del Interior, ¿quiénes son los perversos?

*Aclaración: cuando me refiero al “maricón” en este artículo, no estoy haciendo mías las palabras del monseñor Bambarén para calificar a los homosexuales, sino que estoy hablando de un estereotipo clásico de una sociedad machista como la peruana: el maricón es el homosexual percibido como abyecto.


Rezos contra besos

Por Jorge Bruce

Acaso debido a la banalidad de las campañas políticas y la escasa o nula credibilidad de las promesas electorales, asuntos como la homofobia han adquirido un creciente protagonismo en el debate público. El incidente de los policías que maltrataron a los gays y lesbianas que se besaban en la Plaza de Armas ha tenido gran repercusión, y no creo que se deba solo al activismo de los LGTB. Esas imágenes filmadas, en donde un gay recibe empellones policiales mientras grita: “¡soy homosexual, no delincuente!” han tocado fibras ahí donde los discursos no alcanzan.

El grado de tolerancia de una sociedad es un indicador certero de su evolución. En esa medida, no es poca cosa que se esté discutiendo abiertamente lo que otrora era tabú en estas comarcas desencontradas con el desarrollo.

Homofobia significa, etimológicamente, miedo a la homosexualidad. Ahora, así como del odio al amor hay un paso, del miedo al odio hay otro. Y como bien dice el vals, “tan solo se odia lo querido”. Es decir, los que más odian son los que más temen y, secretamente, desean. De ahí que últimamente no cesen los destapes respecto de abusos pedófilos y homosexuales –a no confundir– en las organizaciones más represivas de la iglesia católica. En el Perú el caso más reciente ha sido el de Germán Doig, el casi santo de los sodálites.

Sin embargo, lo mismo está ocurriendo en el resto del mundo. En todas las organizaciones que practican el celibato y en particular en las más rígidas, la pulsión homosexual termina por imponerse. Solo que debido a la prohibición, suele hacerlo vía el abuso perverso de poder, aprovechando ese vínculo idealizado que en psicoanálisis se conoce como transferencia. Por eso, cuando veo la imagen de algunos católicos rezando de espaldas a los gays que se besan frente a la catedral de Lima, me pregunto qué demonio están conjurando. Esa escena medieval, en donde un grupo de fieles se arrodillan y proclaman su fe contra lo que consideran un acto contranatura, evoca el célebre verso de Vallejo: “una fe adorable que el destino blasfema”.

Es inútil pretender acallar con oraciones el deseo ajeno, pero más inútil aún es hacerlo con el propio. Ni los rezos ni los golpes sirven contra la fuerza del deseo: esa es una lección que las sociedades civilizadas han aprendido hace décadas. En cambio los estados totalitarios como El Vaticano, Libia o Cuba se aferran a su intolerancia mediante la violencia física o moral.

La lucha de los gays por ser reconocidos ayuda a la causa de todas las demás discriminaciones que hacen de nuestro país un lugar atrasado e injusto; así lo ven tres corresponsales extranjeros en el Perú (Hildebrandt en sus Trece): los del diario Le Monde, la agencia de noticias EFE y la revista Time. Siempre es útil ver cómo nos ven. Como el racismo, la homofobia es un arma del autoritarismo. No es solo cuestión de derechos: está en juego el modelo de sociedad que queremos. El sojuzgamiento de las minorías no excluye, más bien refuerza el de las mayorías.

¿El Perú avanza? Yo diría que sí, pero no gracias a nuestros gobernantes, sino a la firmeza de quienes se están atreviendo a hacer valer sus derechos. Enhorabuena.