“Artículo 2°.- Toda persona tiene derecho: A la igualdad ante la ley. Nadie debe ser discriminado por motivo de origen, raza, sexo, idioma, religión, opinión, condición económica o de cualquiera otra índole”.
Este enunciado está contemplado en la Constitución Política del Perú, sin embargo en la práctica no siempre se cumple. Tal vez, que distinta hubiese sido mi vida de conocer bien mis derechos en la época escolar.
Mis papás optaron por inscribirme en el colegio en el que habían estudiado los hombres de la familia (tíos, primos, abuelo), colegio Marista, que para la época (finales de los 80) era el mejor colegio de Huacho.
De pequeño fui un chico gordito, callado, muy tímido, tenía un amigo con el que andaba de un lado al otro. Poco a poco mi círculo de amigos “creció”, de tener un amigo, ahora éramos cinco, que ni bien tocaba el timbre del recreo, nos juntábamos y nos sentábamos a conversar sobre las clases, sobre algún dibujo animado o simplemente comer. Así de simple y tranquila era nuestra vida en esas épocas.
Cuando entramos a secundaria las cosas cambiaron, 1994 fue un año que no olvidaremos. Ingresamos a segundo año de secundaria, y aires de cambio se avizoraban en el colegio, siempre eran curas italianos los que se encargaban del colegio (Director, subdirector, profesores de religión, música, literatura). Ése año, se presentó una nueva directiva, todo pasaba a manos españolas, quienes impusieron un nuevo ritmo en el nivel de enseñanza, dieron de baja a muchos profesores “antiguos” dando cabida a sangre nueva.
Entre esta ola de españoles “innovadores” llegó el Hno. Félix Saeta y Gutiérrez, flamante subdirector académico, un hombre desaliñado, de frente amplia, regordete, de barba y lentes, quien no conforme con estar en su escritorio, se dedicaba a dictar clases de Razonamiento Verbal a nivel secundario.
Este personaje sin querer marcó mi vida, la vida de mis amigos, y estoy seguro que de algunas personas más.
Para esa época, mis amigos y yo éramos de un rendimiento regular bastante aceptable, nunca tuvimos problemas por conducta conflictiva o faltas continuas, disfrutábamos del deporte (voley, natación, básquet) al aire libre y si bien es cierto, andábamos juntos de un lado a otro, no le ocasionábamos mal a nadie. Sin embargo, Saeta se encargó de hacernos un seguimiento digno de la KGB, indagó con compañeros de clase, preguntó a profesores y según su “diagnóstico” nuestras actitudes no correspondían a las de un “hombre”.
Recuerdo claramente que una mañana de invierno entró al salón y delante del profesor de turno, y de todo el salón, nos pidió a los cinco que nos pusiéramos de pie y dio la orden de que no podíamos estar juntos dentro del colegio, ni fuera de él, y exigió a nuestros compañeros que le avisaran si es que nos veían juntos. Hubo un silencio sepulcral en el aula en ese momento, nadie dijo nada, y nosotros totalmente avergonzados, rojos, pidiendo que tocara el timbre de salida para desaparecer, con miedo y con una extraña sensación de culpabilidad, pero sin saber bien porque.
Unos días después me llamó a su despacho para hacerme un interrogatorio intimidante, absurdo y vergonzoso. Cosas cómo si me vestía de mujer, o si me gustaban los hombres, si me masturbaba con frecuencia o si mi papá conversaba conmigo o si era muy apegado a mamá fueron las cosas mas saltantes que recuerdo. Al salir de su despacho, temblaba, porque al final me dijo algo así como que el sabía el número de casa y que si mi actitud no mejoraba, se vería forzado a hablar con ellos. Que sensación tan terrible.
Por una semanas, entre los cinco ni nos dirigíamos la palabra. En el salón, nos mirábamos de lejos, teníamos mucho miedo a Saeta, inclusive sentíamos cierto temor de nuestros compañeros de aula, quienes por cierto se convirtieron en sus informantes y fue peor porque gracias a esa “prohibición”, algunos empezaron a molestarnos e inventar historias absurdas sobre nosotros y nuestro comportamiento.
Así anduvimos un par de meses, pero poco a poco nos dimos cuenta que no teníamos de que tener miedo, porque en el fondo no le hacíamos daño a nadie, cumplíamos con nuestras tareas, no llegábamos tarde ni faltábamos a clases y nuestras notas eran bastante aceptables. Así que, primero fueron las llamadas, de ahí las salidas y para finales de 1994 de nuevo nos reuníamos a la hora del recreo para conversar y matarnos de risa, pero esta vez, con la frente en alto y siempre mirando a Saeta, quien por cierto, ya no volvió a recriminarnos nada, pero su fastidio e incomodidad eran bastante notorios.
Cuando regresamos al colegio en el 95, sólo éramos tres ahora, dos se retiraron del colegio. Recuerdo que llegamos con algo de temor el primer día. Pero nuestra emoción fue muy grande al enterarnos que el Hno. Félix Saeta y Gutiérrez se había ido, la congregación decidió cambiarlo.
Ahora bien, el colegio como espacio de socialización, influye en el desarrollo integral de los y las adolescentes, y los maestros son los llamados a lograr una intervención positiva en la construcción de su sexualidad y afianzamiento de su identidad. Sin embargo la discriminación por orientación sexual en los colegios se refleja en el rechazo, en la burla y la violencia. Lamentablemente, el colegio de por si es un organismo “hetero”. Es por eso que cuando los y las adolescentes son identificados públicamente como gays o lesbianas o simplemente como “diferentes”, esa identificación arrastra una carga negativa para ellos.
Según el artículo 9 inciso A de la Ley General de Educación, uno de los fines de la educación peruana es formar personas capaces de lograr su realización ética, intelectual, artística, cultural, afectiva, física, espiritual, y religiosa, promoviendo la formación y consolidación de su identidad, autoestima y su integración adecuada y crítica a la sociedad.
Es por eso que la educación libre de discriminación es necesaria para contribuir al desarrollo de nuestro país, resultaría interesante plantear un programa educativo basado en la no discriminación por orientación sexual e identidad de género, ya que contribuirá a la construcción de instituciones democráticas tolerantes y a la solución de conflictos sociales de manera coherente y bajo principios de igualdad y respeto.
Mis papás optaron por inscribirme en el colegio en el que habían estudiado los hombres de la familia (tíos, primos, abuelo), colegio Marista, que para la época (finales de los 80) era el mejor colegio de Huacho.
De pequeño fui un chico gordito, callado, muy tímido, tenía un amigo con el que andaba de un lado al otro. Poco a poco mi círculo de amigos “creció”, de tener un amigo, ahora éramos cinco, que ni bien tocaba el timbre del recreo, nos juntábamos y nos sentábamos a conversar sobre las clases, sobre algún dibujo animado o simplemente comer. Así de simple y tranquila era nuestra vida en esas épocas.
Cuando entramos a secundaria las cosas cambiaron, 1994 fue un año que no olvidaremos. Ingresamos a segundo año de secundaria, y aires de cambio se avizoraban en el colegio, siempre eran curas italianos los que se encargaban del colegio (Director, subdirector, profesores de religión, música, literatura). Ése año, se presentó una nueva directiva, todo pasaba a manos españolas, quienes impusieron un nuevo ritmo en el nivel de enseñanza, dieron de baja a muchos profesores “antiguos” dando cabida a sangre nueva.
Entre esta ola de españoles “innovadores” llegó el Hno. Félix Saeta y Gutiérrez, flamante subdirector académico, un hombre desaliñado, de frente amplia, regordete, de barba y lentes, quien no conforme con estar en su escritorio, se dedicaba a dictar clases de Razonamiento Verbal a nivel secundario.
Este personaje sin querer marcó mi vida, la vida de mis amigos, y estoy seguro que de algunas personas más.
Para esa época, mis amigos y yo éramos de un rendimiento regular bastante aceptable, nunca tuvimos problemas por conducta conflictiva o faltas continuas, disfrutábamos del deporte (voley, natación, básquet) al aire libre y si bien es cierto, andábamos juntos de un lado a otro, no le ocasionábamos mal a nadie. Sin embargo, Saeta se encargó de hacernos un seguimiento digno de la KGB, indagó con compañeros de clase, preguntó a profesores y según su “diagnóstico” nuestras actitudes no correspondían a las de un “hombre”.
Recuerdo claramente que una mañana de invierno entró al salón y delante del profesor de turno, y de todo el salón, nos pidió a los cinco que nos pusiéramos de pie y dio la orden de que no podíamos estar juntos dentro del colegio, ni fuera de él, y exigió a nuestros compañeros que le avisaran si es que nos veían juntos. Hubo un silencio sepulcral en el aula en ese momento, nadie dijo nada, y nosotros totalmente avergonzados, rojos, pidiendo que tocara el timbre de salida para desaparecer, con miedo y con una extraña sensación de culpabilidad, pero sin saber bien porque.
Unos días después me llamó a su despacho para hacerme un interrogatorio intimidante, absurdo y vergonzoso. Cosas cómo si me vestía de mujer, o si me gustaban los hombres, si me masturbaba con frecuencia o si mi papá conversaba conmigo o si era muy apegado a mamá fueron las cosas mas saltantes que recuerdo. Al salir de su despacho, temblaba, porque al final me dijo algo así como que el sabía el número de casa y que si mi actitud no mejoraba, se vería forzado a hablar con ellos. Que sensación tan terrible.
Por una semanas, entre los cinco ni nos dirigíamos la palabra. En el salón, nos mirábamos de lejos, teníamos mucho miedo a Saeta, inclusive sentíamos cierto temor de nuestros compañeros de aula, quienes por cierto se convirtieron en sus informantes y fue peor porque gracias a esa “prohibición”, algunos empezaron a molestarnos e inventar historias absurdas sobre nosotros y nuestro comportamiento.
Así anduvimos un par de meses, pero poco a poco nos dimos cuenta que no teníamos de que tener miedo, porque en el fondo no le hacíamos daño a nadie, cumplíamos con nuestras tareas, no llegábamos tarde ni faltábamos a clases y nuestras notas eran bastante aceptables. Así que, primero fueron las llamadas, de ahí las salidas y para finales de 1994 de nuevo nos reuníamos a la hora del recreo para conversar y matarnos de risa, pero esta vez, con la frente en alto y siempre mirando a Saeta, quien por cierto, ya no volvió a recriminarnos nada, pero su fastidio e incomodidad eran bastante notorios.
Cuando regresamos al colegio en el 95, sólo éramos tres ahora, dos se retiraron del colegio. Recuerdo que llegamos con algo de temor el primer día. Pero nuestra emoción fue muy grande al enterarnos que el Hno. Félix Saeta y Gutiérrez se había ido, la congregación decidió cambiarlo.
Ahora bien, el colegio como espacio de socialización, influye en el desarrollo integral de los y las adolescentes, y los maestros son los llamados a lograr una intervención positiva en la construcción de su sexualidad y afianzamiento de su identidad. Sin embargo la discriminación por orientación sexual en los colegios se refleja en el rechazo, en la burla y la violencia. Lamentablemente, el colegio de por si es un organismo “hetero”. Es por eso que cuando los y las adolescentes son identificados públicamente como gays o lesbianas o simplemente como “diferentes”, esa identificación arrastra una carga negativa para ellos.
Según el artículo 9 inciso A de la Ley General de Educación, uno de los fines de la educación peruana es formar personas capaces de lograr su realización ética, intelectual, artística, cultural, afectiva, física, espiritual, y religiosa, promoviendo la formación y consolidación de su identidad, autoestima y su integración adecuada y crítica a la sociedad.
Es por eso que la educación libre de discriminación es necesaria para contribuir al desarrollo de nuestro país, resultaría interesante plantear un programa educativo basado en la no discriminación por orientación sexual e identidad de género, ya que contribuirá a la construcción de instituciones democráticas tolerantes y a la solución de conflictos sociales de manera coherente y bajo principios de igualdad y respeto.