Entendemos por abuso sexual a cualquier actividad de índole sexual o erótica sin consentimiento de alguna de las partes, incluyendo actos de penetración, palpación del cuerpo, exposición o conductas de tal estirpe. Este comportamiento, además de inapropiado, es completamente ilegal en la mayoría de los países del mundo, y sin embargo hay un tipo de abuso sexual que no ha sido aún condenado por ley: el abuso sexual cultural.
El concepto de “abuso sexual cultural” es uno de los temas de debate y tratamiento en la Terapia Afirmativa Gay (TAG o GAT, por sus siglas en inglés). El mismo describe un trauma que afecta a gays y lesbianas a lo largo de su niñez y adolescencia, reapareciendo en su juventud luego como una verdadera amenaza para la conformación de su identidad sexual y su formación psicosexual. Se trata nada menos que de una forma de opresión, un verdadero terrorismo que implica el maltrato cultural al que muchos miembros de la comuna LGBT han sido expuestos a lo largo de su niñez, su adolescencia y su proceso de conformación como individuos. Estamos hablando de insultos, maltratos, e incluso de mandatos que empujan a niños y niñas LGBT a vivir escondiendo las características de su identidad, para amoldarse a una sociedad preconcebida.
Joe Kort, un pilar de la GAT, define al abuso sexual cultural como el conjunto de ataques y hostigamientos hacia la expresión de la identidad sexual de una persona, mediante agresiones verbales, emocionales, psicológicas y hasta físicas. Este arsenal de maltratos, cuando son aplicados de manera crónica a un niño o adolescente, configuran una seria amenaza para su desarrollo sexual y emocional, y también son modeladores de conductas y hasta de la forma en la que ellos perciben al mundo que los rodea.
Debemos comprender esta noción en un sentido amplio. No nos referimos únicamente al abuso sexual per se, sino a un gran conjunto de situaciones, eventos y conductas que no siempre se producen con intenciones de malicia. El abuso sexual cultural supone una violación también a la confianza, un abuso del poder de una persona sobre otra, y propone una situación de dominación y humillación, o al menos sumisión. Una vez más: comprendemos aquí los casos de agresión verbal, emocional o física (golpes, violación sexual convencional, insultos y burlas, entre otros), pero también incluimos acciones que pudieran ser percibidas como inocentes o cotidianas. Los niños no han de jugar con muñecas, las niñas han de usar vestidos y jugar con maquillajes, los niños no han de tomarse de las manos ni tener contacto físico o emocional con sus amigos y compañeros, las niñas no han de mostrarse sino como las hacedoras del hogar y de la familia. Durante la adolescencia estos mandatos continúan, en lo que convencionalmente puede describirse como “formación paternal o maternal”: si eres hombre, debes invitar a una niña, y siempre pagar la cuenta; si eres mujer, debes mostrarte siempre femenina y casi débil, “de lo contrario nadie te querrá”.
Estas simples frases de formación paternal pueden ser cruciales para la conformación de la identidad social y sexual de un individuo. Sin ánimos de ofensas ni maltratos, muchos padres y madres inculcaron en sus hijos valores de una sociedad preformada, en la que los hombres traen el dinero a la casa y las mujeres se encarga de criar a los hijos, en a que está mal abrazar a tu amigo si está triste, en la que el cuerpo es motivo de vergüenza, en la que la exploración sexual es una conducta condenada.
Y claro, este mal se intensifica (duplica, cuadruplica o se lleva a la enésima potencia) si el abuso sexual cultural es directo, expuesto y agravado. Hablamos aquí de maltratos físicos, toques del cuerpo, exposición y hasta sometimiento, adrede o no. Desde el golpe de los compañeros en la escuela ante una conducta homosexual, hasta castigar a un niño por elegir una muñeca antes que un auto a escala para jugar: todo esto configura un tipo de abuso de consecuencias nefastas para los individuos, y en particular para los niños y niñas LGBT.
Desde pequeños recibimos mensajes imponentes de nuestros padres, de la Iglesia, de la sociedad toda, diciéndonos que la homosexualidad es un comportamiento inapropiado, o que debemos cumplir con los estándares. Se espera de nosotros que seamos “la clase correcta” de hombre o de mujer, según lo que resulte culturalmente adecuado. Y esto es una forma de abuso hacia todos: es lo que intenta quitarte tu propia identidad, ya sea que fueras homosexual o heterosexual. Per imaginemos por un momento el mundo de las artes, ¿qué hubiera sucedido si los padres de Dalí le hubieran prohibido expresarse mediante la pintura? ¿Y si le hubiesen dicho a Pavarotti que la ópera era sólo para afeminados? El mundo entero hubiera quedado privado de un arte único… sin razón aparente.
Es que el abuso sexual cultural ataca en lo más profundo. Las heridas corporales sanan, eventualmente, pero las emocionales perduran y moldean corazas, caretas, la necesidad de esconder la verdadera identidad y el rechazo hacia la intimidad en muchos casos. Patrick Carnes aportó al respecto algunos comentarios sobre las nefastas consecuencias del abuso sexual cultural: la noción de que la homosexualidad te hace ser una persona indeseable y sin valor, que trabar lazos con personas de tu mismo género te hace vulnerable y débil, que el mundo es un sitio peligroso si tienes comportamientos tendientes hacia lo homosexual.
Lo cierto es que crecer bajo el manto hostigante del abuso sexual cultural puede –probablemente, lo hará- conformar en tu identidad conductas depresivas y antisociales, puede provocar rechazo hacia a propia identidad, puede trabar tu capacidad para conectarte con el mundo que te rodea. Por fortuna, todo problema tiene su solución, o al menos su alivio. Entre ellas, la terapia afirmativa gay es una de estas herramientas disponibles para reestructurar tu confianza, fortalecer tu identidad social y sexual, y comenzar a liberarte de aquellos monstruos que vivían debajo de tu cama.
Este artículo se basa en el libro “Gay affirmative therapy for the straight clinician – The essential guide”. Joe Kort, 2008. W. W. Norton & Company, Inc.
Tomado de: http://alfredocarrion.com/2010/04/%C2%BFeres-una-victima-del-abuso-sexual-cultural/#more-1227
Joe Kort, un pilar de la GAT, define al abuso sexual cultural como el conjunto de ataques y hostigamientos hacia la expresión de la identidad sexual de una persona, mediante agresiones verbales, emocionales, psicológicas y hasta físicas. Este arsenal de maltratos, cuando son aplicados de manera crónica a un niño o adolescente, configuran una seria amenaza para su desarrollo sexual y emocional, y también son modeladores de conductas y hasta de la forma en la que ellos perciben al mundo que los rodea.
Debemos comprender esta noción en un sentido amplio. No nos referimos únicamente al abuso sexual per se, sino a un gran conjunto de situaciones, eventos y conductas que no siempre se producen con intenciones de malicia. El abuso sexual cultural supone una violación también a la confianza, un abuso del poder de una persona sobre otra, y propone una situación de dominación y humillación, o al menos sumisión. Una vez más: comprendemos aquí los casos de agresión verbal, emocional o física (golpes, violación sexual convencional, insultos y burlas, entre otros), pero también incluimos acciones que pudieran ser percibidas como inocentes o cotidianas. Los niños no han de jugar con muñecas, las niñas han de usar vestidos y jugar con maquillajes, los niños no han de tomarse de las manos ni tener contacto físico o emocional con sus amigos y compañeros, las niñas no han de mostrarse sino como las hacedoras del hogar y de la familia. Durante la adolescencia estos mandatos continúan, en lo que convencionalmente puede describirse como “formación paternal o maternal”: si eres hombre, debes invitar a una niña, y siempre pagar la cuenta; si eres mujer, debes mostrarte siempre femenina y casi débil, “de lo contrario nadie te querrá”.
Estas simples frases de formación paternal pueden ser cruciales para la conformación de la identidad social y sexual de un individuo. Sin ánimos de ofensas ni maltratos, muchos padres y madres inculcaron en sus hijos valores de una sociedad preformada, en la que los hombres traen el dinero a la casa y las mujeres se encarga de criar a los hijos, en a que está mal abrazar a tu amigo si está triste, en la que el cuerpo es motivo de vergüenza, en la que la exploración sexual es una conducta condenada.
Y claro, este mal se intensifica (duplica, cuadruplica o se lleva a la enésima potencia) si el abuso sexual cultural es directo, expuesto y agravado. Hablamos aquí de maltratos físicos, toques del cuerpo, exposición y hasta sometimiento, adrede o no. Desde el golpe de los compañeros en la escuela ante una conducta homosexual, hasta castigar a un niño por elegir una muñeca antes que un auto a escala para jugar: todo esto configura un tipo de abuso de consecuencias nefastas para los individuos, y en particular para los niños y niñas LGBT.
Desde pequeños recibimos mensajes imponentes de nuestros padres, de la Iglesia, de la sociedad toda, diciéndonos que la homosexualidad es un comportamiento inapropiado, o que debemos cumplir con los estándares. Se espera de nosotros que seamos “la clase correcta” de hombre o de mujer, según lo que resulte culturalmente adecuado. Y esto es una forma de abuso hacia todos: es lo que intenta quitarte tu propia identidad, ya sea que fueras homosexual o heterosexual. Per imaginemos por un momento el mundo de las artes, ¿qué hubiera sucedido si los padres de Dalí le hubieran prohibido expresarse mediante la pintura? ¿Y si le hubiesen dicho a Pavarotti que la ópera era sólo para afeminados? El mundo entero hubiera quedado privado de un arte único… sin razón aparente.
Es que el abuso sexual cultural ataca en lo más profundo. Las heridas corporales sanan, eventualmente, pero las emocionales perduran y moldean corazas, caretas, la necesidad de esconder la verdadera identidad y el rechazo hacia la intimidad en muchos casos. Patrick Carnes aportó al respecto algunos comentarios sobre las nefastas consecuencias del abuso sexual cultural: la noción de que la homosexualidad te hace ser una persona indeseable y sin valor, que trabar lazos con personas de tu mismo género te hace vulnerable y débil, que el mundo es un sitio peligroso si tienes comportamientos tendientes hacia lo homosexual.
Lo cierto es que crecer bajo el manto hostigante del abuso sexual cultural puede –probablemente, lo hará- conformar en tu identidad conductas depresivas y antisociales, puede provocar rechazo hacia a propia identidad, puede trabar tu capacidad para conectarte con el mundo que te rodea. Por fortuna, todo problema tiene su solución, o al menos su alivio. Entre ellas, la terapia afirmativa gay es una de estas herramientas disponibles para reestructurar tu confianza, fortalecer tu identidad social y sexual, y comenzar a liberarte de aquellos monstruos que vivían debajo de tu cama.
Este artículo se basa en el libro “Gay affirmative therapy for the straight clinician – The essential guide”. Joe Kort, 2008. W. W. Norton & Company, Inc.
Tomado de: http://alfredocarrion.com/2010/04/%C2%BFeres-una-victima-del-abuso-sexual-cultural/#more-1227
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