domingo, 24 de julio de 2011

NEGÁNDONOS A LAS CERTEZAS. HACIA UNA BISEXUALIDAD INTEGRAL.

De Ruth Gibian (*)
¿Hacia dónde vamos?. ¿Hacia dónde estamos yendo cuando nuestros principios comienzan a entorpecer nuestro propio crecimiento?. Buscamos la libertad , ¿dónde esta nuestra libertad, cuando resulta que hemos roto las viejas cadenas solo para forjarnos nuevas?.
Meg Christian. "From the Heart".
Una tarde de agosto, volviendo a casa, saboreando todavía la conversación que acabo de dejar, disfrutando de mi vértigo, de la sensación de mi cuerpo bajo el calor del sol, vuelvo a repasar en mi mente lo que sucedió durante ésta última hora. Como nos sentamos a la sombra en el patio de la universidad, en cuclillas y charlando acerca de lo indignante que nos resultaba que la administración hubiera sembrado un nuevo césped y colocado cestos de papeles color fucsia mientras gran parte del personal llevaba años sin aumento de sueldo. La intensidad que fuimos demostrando en esa charla tan común sobre un programa de postgrado a miles de kilómetros de allí, un empleo nuevo a partir de la semana próxima, un festival de cine en el centro de la ciudad. Como las palabras se fueron cargando, así como el espacio entre ellas. Mientras cruzó el terreno entre la universidad y nuestros departamentos, me doy cuenta que siento atracción. Y entonces mi excitación se mezcla con miedo, mi expectativa con negación. Esto no puede ser atracción, no debería serlo. Esto me resulta conocido. Esto es lo que sentí la primera vez que me atrajo una mujer. Esta vez, años después, asumida, orgullosa y feliz como lesbiana, me siento atraída por un hombre.
Antes de ese día, yo consideraba mi sexualidad como algo estático. Cuando me asumí como lesbiana, sentí (como tantas otras mujeres) que estaba dándole voz y vida a mi verdadero ser, liberando lo que había estado negado y anquilosado dentro de mí durante tanto tiempo. El asumirme fue para mi algo muy poderoso, la culminación de años de deseos que se vieron acompañados de tanta condena que terminaron inmovilizándome. Una vez que acepté mis sentimientos y encontré la forma de llegar a otras lesbianas, fue como si levantara vuelo. Durante semanas, meses, me sentí tan en éxtasis que los sabores me resultaban diferentes, los colores eran más brillantes y todos mis sentidos se agudizaron. Me sentía a mí misma intensamente, y parecía que con mayor pureza. Mi diario de esa época esta lleno de frases como, "esto es lo más verdadero que he sentido en mi vida". Yo había roto con las restricciones de lo que supuestamente debía sentir y estaba fascinada con el reconocimiento de mis propios deseos. Por fin había silenciado todas las voces dentro de mi cabeza, a excepción de la mía propia, y esa me decía bien alto y bien claro que yo amaba a las mujeres. Así de simple. Así de maravilloso. Desde ahora en adelante, me prometí a mí misma, no más sentimientos reprimidos. No más "deberías". No más tenerle miedo a lo que sentía. Estaba dispuesta a escuchar esa voz profunda, calma, y permitirle que me guiara.
Y entonces me enamoré. De un hombre. Y aquella vieja sensación de la condena compitiendo con el deseo volvió corriendo. Afortunadamente, si bien yo había internalizado la visión política de una comunidad para la cual amar a un hombre me convertía en traidora, en alguien que buscaba la salida más fácil, logré clarificarme y escuchar mi voz interior que me aseguraba que si, que era eso lo que yo sentía. Sí, esto es amor. Si, nunca voy a volver a reprimir mis sentimientos, ni por una mujer ni por un hombre.
Pero también había otras voces dentro de mí, bastante gritonas y en su mayoría juezas. Como la que me decía: ves, este asunto del lesbianismo no fue más que una etapa, nada serio, nada real. Una voz que, peligrosamente, me invalidaba. ¿Qué pasa si es cierto que cambiamos?. ¿Qué pasa si nuestros sentimientos varían?. ¿Eso niega nuestras experiencias anteriores, las hace menos importantes?. No es mi caso. Sigo amando a las mujeres, me atraen, las deseo. Mis sentimientos hacia ellas no hubieran podido ser más serios ni reales; sigo sintiéndome orgullosa de ellos y admitiéndolos abiertamente. Nada de eso cambió cuando empecé a amar a un hombre. Pero aun si la atracción y el amor que siento por las mujeres se desvanecieran en algún momento de mi vida, ¿por qué eso debe implicar que nunca existieron?. Si en otras áreas de nuestras vidas no nos vanagloriamos de ser estáticas/os sino que valoramos el crecimiento; el cambio y el desarrollo, ¿por qué pretendemos que nuestra sexualidad sea diferente?
Tal vez una razón sea que el tema de la sexualidad porta una pesada carga en nuestra cultura. Establecer una identidad de cualquier tipo suele ser un desafío que nos deja perplejas/os; establecer la identidad sexual requiere que nos enfrentemos con experiencias internas que a muchas personas cualquiera sea su orientación les despiertan vergüenza, culpa, timidez o, como mínimo, les hacen sentir vulnerables. Debido al silencio que con frecuencia rodea a los temas sexuales, no es raro que la gente transite este proceso en soledad. Es mucho menos atemorizador embarcarnos en la búsqueda de nuestra identidad sexual si pensamos que ese proceso va a culminar en una respuesta definitiva, categórica, que va a descubrir que somos esto. Habiendo arriesgado tanto, queremos que la verdad que vamos a descubrir "nos dure".
Esta noción de estática sexual se ve reforzada por el hecho de que, como cultura, definimos la orientación sexual principalmente en términos de nuestra conducta sexual presente. Nos compramos no solo la noción de que somos con quien nos acostamos sino también de que somos con quien nos acostamos hoy. Las comunidades de lesbianas aceptan y perpetúan esto tanto como lo hace el mundo heterosexual. Y que definición más limitada resulta; invalida nuestras acciones pasadas, nuestros sentimientos pasados y también algunos de los presentes. No permite que coexistan sentimientos conflictivos entre si, niegas la posibilidad de las paradojas y desalienta toda incursión en la ambigüedad. Dice que debemos quedamos quietas/os para poder ver quienes somos. Como las fotos, esa definición es mentira, detiene el movimiento natural de nuestras vidas. Dice que somos lo que primero se ve de nosotras/os, que nuestras acciones nos dan formas definidas.
En el cuento "El trompo", de Kafka, al protagonista que es filósofo le encanta tener los trompos de los niños en movimiento porque tiene la esperanza de que, si comprende lo que sucede con los trompos, va a comprender todas las cosas (1). Sin embargo, cada vez que consigue detener una, la pieza de madera que le queda en las manos solo le produce disgusto y la arroja al suelo. Ese disgusto surge porque lo que el desea es un trompo en movimiento. En cuanto lo atrapa, ya no se mueve, está inmóvil. Es imposible detener el movimiento y que el trompo siga siendo lo que es. Lo mismo sucede con la bisexualidad. Cualquier intento por definirlas en forma estática la convierte en algo diferente de lo que ella es, la detiene en mitad de su giro.
La definición de la sexualidad como algo estático se basa en la oposición binaria, identidad sexual y la relación actual de la persona, se excluye el amor por los hombres, y viceversa, incluso oposición binaria: en un extremo esta la heterosexual, la bisexualidad queda en el medio, sin ser nada puro sino algo incompleto, una mezcla "BI" quiere decir "dos", lo que implica una división, dos partes y ninguna totalidad.
Nuestro sistema de pensamiento occidental como un todo se basa en la oposición binaria, nos definimos por oposición, por lo que no somos. Sabemos lo que es curarnos porque sabemos lo que es ser lastimadas/os, sabemos lo que es la oscuridad porque conocemos la luz y reconocemos su ausencia. Entendemos esos conceptos como entidades que se excluyen la una a la otra, y solo podemos comprenderlas a partir de esa exclusión. Esto ha sido así desde que se guardan registros históricos de nuestra civilización. Refiriéndose al idioma egipcio antiguo, Sigmund Freud da ejemplos en los que dos palabras de significados antitéticos forman una tercera, compuesta, que retiene el significado de una sola de las originales. Por ejemplo, el equivalente de "luzoscuridad" significaría solo `luz" (2). Aun en este lenguaje tan antiguo los significados se forman por contraste, por la relación entre dos elementos bipolares.
El daño que causa pensar en términos de opuestos va más allá del hecho de que así se crean exclusiones. Jacques Derrida critica el uso de las polaridades en la filosofía, el lenguaje y el pensamiento al señalar que las dicotomías habituales que forman el pensamiento occidental, tales como bueno-malo, presencia-ausencia; verdad-error, identidad-diferencia, alma-cuerpo, hombre-mujer, contienen una jerarquía en la que "el segundo termina de cada par se considera una versión negativa, corrompida, indeseable del primero, una caída con respecto a él. Así, ausencia es la falta de presencia, el mal es la caída desde el bien, el error es una distorsión de la verdad, etc." (3). Debido a su naturaleza jerárquica, la oposición binaria hace de la igualdad un imposible. Al vivir en una cultura que define la sexualidad en términos binarios (hombre/mujer, heterosexualidad/homosexualidad, monogamia/soltería) no solo estamos limitadas/os sino que somos oprimidas/os.
La feminista francesa Helene Cixous da un paso más en la dirección en que formula su crítica Derriba, bajo un encuadre feminista, y describe .ese ordenamiento de opuestos como patriarcal, privilegiando lo masculino de cada par y definiendo lo femenino como su ausencia (4). "¿Donde esta ella?", se pregunta, y enumera los pares dicotómicos más conocidos: actividad/pasividad, sol/luna, cultura/naturaleza, día/noche, padre/madre, cabeza/corazón, inteligible/palpable, logos/pathos (5). "Ella" queda relegada a una posición que denota carencia. Esas jerarquías, afirma Cixous, crean "bancos de carencias" y la represión de lo femenino (6).
Entonces, si la represión y la exclusión comienzan en la manera misma en que moldeamos nuestros pensamientos, en la forma en que elaboramos nuestro lenguaje, entonces se pueden crear la expresión y la inclusión produciendo significados por fuera de esas dicotomías. Dentro de ese encuadre, podemos vivir la complejidad sin que se torne paradoja y podemos vivir en otros lugares que no sean los polos y que tampoco sea "en el medio".
Por suerte, esta idea no tiene nada de novedoso. Cixous y otras feministas francesas, sobre todo Luce lrigaray y en cierta medida Julia Kristova han buscado crear una forma de expresión que funcione precisamente de esa manera. La Escritura Femenina , que a menudo se traduce como escribir el cuerpo (7) surge de la premisa de que el lenguaje esta atado a la sexualidad y que la sexualidad femenina, en lugar de ser focalizada, restringida, y por lo tanto exclusiva, es difusa y nada exclusiva. "La mujer tiene órganos sexuales prácticamente en todas partes", dice Irigaray (8). "Si ella es una totalidad", dice Cixous, "es una totalidad compuesta por partes que son todos en si mismas, no objetos simples y parciales sino entidades variadas, que se mueven y cambian sin límites, un cosmos por donde el eros nunca deja de viajar, un vasto espacio astral. Ella no gira alrededor de un sol que sea más estrella que las otras estrellas" (9). Las oposiciones binarias se tornan irrelevantes. El significado, en lugar de nacer de la diferencia dualista (negro es todo aquello que no es blanco), surge de las múltiples diferencias (el azul es lo que no es verde ni amarillo ni anaranjado ni violeta). Cada cosa existe en relación con todo lo demás. De ahí que la escritura femenina adopta como una de sus marcas de fabrica el lenguaje abierto, que nunca se cierra (10). Cixous postula que esa apertura es fundamental para la inventiva, que "quienes producen cambios en la vida no pueden evitar conmoverse ante las anomalías complementarias o contradictorias" (II).
Es en este contexto que Cixous habla de la bisexualidad. La bisexualidad es la locación de la presencia de ambos sexos dentro de si, evidente e insistente en diferentes modalidades de acuerdo con el individuo en cuestión, la no-exclusion de la diferencia o de un sexo determinado y comenzando con este "permiso" que una se da a sí misma, la multiplicación de los efectos de la inscripción del deseo en cada parte del cuerpo propio y del otro cuerpo (12).
Esta es una sexualidad que no busca lo estático ni la consistencia. Ella "no aniquila las diferencias sino que las celebra, las busca, se agrega mas" (13). Esta es una sexualidad que no se ve amenazada la inclusión sino que se amplió gracias a ella. El deseo mismo se vuelve múltiple. No intenta detener el trompo; es el trompo.
Las feministas francesas no son las primeras que cuestionan el Poder Superior de los Opuestos. El interés de Freud en la estructura del egipcio antiguo surge de su deseo de comprender la tendencia que se manifiesta en los sueños hacia la unificación de los opuestos y hacia la expresión de una idea mediante su opuesto. A el le fascinó descubrir que además de las palabras compuestas a las que ya nos referimos, existen otras palabras egipcias cuyo significado alude a dos conceptos opuestos. La misma palabra que significa "afuera", por ejemplo, significa también "adentro". Freud no cuestiona la idea de que se llega al significado gracias al contraste entre los opuestos, en realidad, parece apoyarla con mucha fuerza. Pero Freud no interpreta esa construcción de significado como un proceso donde se privilegia una de las partes, más bien, señala que en los sueños, los opuestos pueden representar una sola idea o sentimiento sin exhibir ninguna contradicción (14). Los sueños se niegan a la certeza del "no" cualquier par puede coexistir al unísono en ellos.
¿Cómo hacemos para negarnos a la certeza del "no" en la vigilia?. ¿Cómo podemos concebir la dualidad sin alentar la separación?. ¿Cómo pueden hacer las partes para ser totalidades?. ¿Cómo bisexuales?. ¿Cómo pueden nuestros diversos corazones existir al unísono?. ¿Qué apariencia podrá tener un concepto de sexualidad más ligado al si?. ¿Cómo aplicamos nuestras nuevas ideas a la vida cotidiana?
Un primer paso puede ser ver cada cosa que percibimos como algo integro. La oscuridad no es la falta de luz, es la oscuridad. Es algo completo en sí mismo. La bisexualidad no es la exclusión de la heterosexualidad ni de la homosexualidad, sino la inclusión de ambas como sus partes constitutivas. La bisexualidad en sí misma en un "decir que sí": sí, puedo amar a las mujeres; sí, puedo amar a los hombres. La naturaleza a menudo funciona en dualidad sin excluir o favorecer a una de las partes. Simetría: la totalidad Rorschach de nuestros cuerpos, un ojo de cada lado, una cadera, un hombro, un brazo. Los dos lados del mentón, de la nariz. Partes constitutivas, corazones constitutivos. Las dos mitades iguales de una hoja. Y más, el poder de la perspectiva: las muchas caras de un globo que gira.
También podemos negarnos a la certeza del "no" haciendo lo propio con la certeza del "sí". Cuando me asumí como lesbiana, parte de lo que hice fue declarar que mi identidad era algo fijo, unificado. Y que me alegraba que así fuera. Pero también impuse esa definición sobre lo que James Hillman llama mi "alma con muchos lados" (15), solo para descubrir que esa definición implicaba limites que no eran ni remotamente tan flexibles como lo era mi alma. La certeza invita a la contradicción, y ésta a la confusión. Si veo mi ser como mezcla y movimiento, entonces no hay contradicciones ni inconsistencias en el. Los cambios no son negativos ni positivos. No se los juzga.
Esta forma de percibir el ser no es gratuita, sin embargo. El percibirnos como una identidad fija es reconfortante. Nos comprendemos, podemos generalizar, somos predecibles. Podemos conectarnos con nuestros iguales basándose en esas generalizaciones. Cuando nos vemos como algo menos rígido, nos enfrentamos a la necesidad de tener que aprender nuevas formas de reconocer quienes son "nuestros iguales".
Puede ser útil, entonces, entender la orientación sexual como algo diferente de la identidad sexual, siendo la orientación la suma total de nuestras experiencias en toda su multiplicidad y complejidad, mientras que la identidad es el nombre que percibimos como más adecuado a esas experiencias en un momento determinado. La ventaja de esa distinción es que una idea fluida y difusa de la orientación resulta una expresión más adecuada para nuestras "almas con muchos lados", sin que necesariamente esa visión deba tener un impacto sobre la identidad, más fija y por lo tanto confortable, que usamos para describir quienes somos.
Para ilustrar mejor este punto, pensemos en los factores que componen la orientación sexual de una persona. Lo que le atrae, sus conductas, sus fantasías, sus preferencias emocionales y sus preferencias sociales (16). Cada uno de esos factores se mueve y cambia a medida que la persona crece y va desarrollando su vida. Imagínense si se pudiera describir cada uno de esos factores como un color. Por ejemplo, las atracciones pueden ser el azul y en ese contexto los tonos más claros simbolizan una atracción exclusiva hacia personas del sexo opuesto mientras que los más oscuros representan la atracción, también exclusiva por personas del mismo sexo. El nivel de intensidad y significación personal de cada tipo de atracción determinara la tonalidad exacta en cada caso. La historia de vida y los sueños de una persona se pueden dibujar utilizando docenas de tonalidades de azul. Si cada uno de los factores pudiera expresarse de la misma manera utilizando una gama de colores, el rojo para la fantasía, el verde para la preferencia emocional, por ejemplo; entonces la orientación, de cada persona contendría miles de mutaciones, que se reflejarían como ligeras graduaciones en cuando al tono, la saturación y el matiz de cada color. Ahora imagínense que creamos esos compuestos de color para unos cientos de personas, los unimos como formando un collage y luego les tomamos una foto en blanco y negro. El resultado seria una aproximación en blanco, negro y gris, del original; la fotografía seria representativa de la tendencia general de los colores, pero no lo suficientemente precisa. De la misma manera, hablar de homosexual, heterosexual y bisexual, resulta muy impreciso. Los nombres disminuyen la riqueza y la profundidad de los colores, como la película en blanco y negro.
Imprecisa o no, la identidad es algo importante. Entre otras cosas, la identidad sirve para formar comunidades, lesbianas y gays, si, pero también religiosas (17). Las personas se sienten seguras en su comunidad, así como reconocidas, incluidas y entre sus pares. La comunidad nos da poder y voz, permite que nos hagamos oír y que nuestra presencia se sienta en el mundo. Pertenecemos, y esa es una experiencia nueva y bienvenida para muchas/os que nos hemos sentido siempre fuera de lugar en la cultura de las mayorías. Podemos ser nosotras/os mismas/os abiertamente, en pleno. Sin secretos. Sin guardarnos palabras.
Pero como la comunidad se basa en ciertos aspectos fijos de nosotras/os, esos aspectos deben seguir siendo fijos, o de lo contrario la comunidad pierde su cohesión, sus definiciones. Para preservarse, la comunidad impone reglas. Para pertenecer, se debe abandonar la libertad de ser paradógico, de superponer etiquetas, cruzar límites, mezclar definiciones. Y, pese a que cada tanto se afirme lo contrario, las comunidades de lesbianas si juzgan la pertenencia o no de una mujer basándose en su pareja actual. Cuando una lesbiana me dijo que tal vez yo nunca había sido una "verdadera lesbiana", lo hizo pensando en mi pareja de ese momento, un hombre. No tuvo en cuenta mi orientación afectiva, ni me preguntó acerca de mis parejas más significativas, ni se detuvo a analizar con quien yo me sentía más cómoda, más "en mi casa". Ella, y otras que emitieron juicios similares, luchan por aferrarse a etiquetas y definiciones que le dan forma a la comunidad que es su santuario y su fuerza.
Por eso la bisexualidad cae por fuerza de la gruesa línea negra que marca los límites de la comunidad y tal vez por ese motivo suele considerársela como algo que hace temblar la pervivencia de una cultura pro-mujer, autosuficiente. Pero también nos hace temblar por dentro. Nos hace vulnerables a la posibilidad de que también pueda pasarnos a nosotras. Antes de que yo pensara que la bisexualidad era un tema personal para mí, en el grupo de reflexión para lesbianas al que asistía hubo un furioso debate sobre una mujer que había asistido algunas veces. Esta mujer se consideraba heterosexual pero acababa de terminar lo que ella llamaba un "romance" de dos años con otra mujer y no sabia a que otro lugar acudir para recibir apoyo. Algunas de nosotras estábamos de acuerdo conque participara del grupo. Después de todo, ¿no éramos un grupo de apoyo para mujeres que amaban a otras mujeres?. Y ella, ¿no era claramente una mujer dolorida que había perdido el amor de otra mujer?. ¿A qué otro lugar podía ir?. Pero otras en el grupo manifestaban su oposición firme e incluso furiosa a incluirla. Esta mujer no era lesbiana "de verdad", decían, no se identificaba con la cultura ni con los valores de las lesbianas, sentía miedo del amor que las mujeres le inspiraban. Un día le hable de este debate a una amiga mía separatista, explicándole mi postura de luchar por una comunidad que apoyara e incluyera a todas las mujeres que amaban a otras mujeres, cualquiera fuera el estadio en el que estuvieran. (En aquel momento yo todavía adhería al paradigma estático según el cual "en realidad ella es lesbiana pero aún no lo sabe"). Mi amiga se tomó unos minutos para pensar y luego me dijo: "En el 'espiral' hetero/gay, yo estoy parada acá", señalando un punto que estaba en el extremo del lado "gay", "y siquiera pensarme un poquito para acá hacia el centro me produce un pánico mortal". Ella pensaba que las integrantes de mi grupo sentían algo similar.
Frente a algo que produce un pánico mortal, lo más fácil es negarlo, empujarlo fuera, verlo como "ajeno" y nunca como propio. Así es como el movimiento emocional de una persona encuentra eco en la comunidad y terminamos con una paradoja aun mayor. A las comunidades de lesbianas y las de gays, que tenemos amplia experiencia en cuanto a haber sido hechas a un lado, negadas y excluidas, nos resulta difícil abrazar a quienes habitan nuestros propios límites por miedo. Así como nos sucede cuando crecemos y descubrimos con espanto cuanto nos parecemos a nuestra madre o a nuestro padre, las comunidades de lesbianas y de gays estamos descubriendo cuanto nos parecemos a la sociedad heterosexista. Siempre intentamos asegurarmos que aquello a lo que tememos parecemos no forme parte nuestra.
Volviendo a aquel día de agosto, yo también tuve mucho miedo y negué lo que sentía. ¿Qué era lo que me resultaba tan atemorizador?. Pensé en mi largo y tumultuoso proceso de asumirme como lesbiana, y en una sesión de terapia en particular en la que mi terapeuta logró hacerme pasar del miedo al orgullo y la confianza. La sesión comenzó conmigo enumerándole todas las razones por las que asumirme me aterraba tanto. Lo principal en ese momento era que yo tenía miedo de no encajar. Todo el mundo sabe lo difícil que es ser lesbiana, como la sociedad te convierte en paria, en un aislamiento sin fin (¡y eso que ni siquiera había leído "El pozo de la soledad", de Radclyffe Hall!). Mi terapeuta, bendita sea, asintió con la cabeza en un gesto sincero y compasivo, para luego decirme: "¿Cuando fue la última vez que sentiste que encajabas en algo?". Me quedé muda: ¿tal vez en el otero (cerro aislado que domina un llano)...?. Porque después....
Los meses siguientes me trajeron otras revelaciones. En vez de sentirme una paria, en vez de sentirme aislada, apenas proclamé mi identidad como lesbiana me sentí más incluida, sentí que "encajaba" como nunca antes. Encontré personas que sabían lo que yo sentía, que me aceptaban sin saber nada de mi, nada más que el hecho de que yo también celebraba mi amor por las mujeres. Ese verano viajé sola por todo el país y en todos los lugares donde encontré una comunidad de mujeres fui bienvenida. Las mujeres me abrieron sus casas, me alimentaron y .me dijeron que podía volver cuando quisiera.
Enamorarme de un hombre, posicionarme fuera del centro de mi comunidad, amenazaba esa sensación de pertenencia que yo tanto valoraba. Y hacía que se enrareciera la embriagadora sensación de orgullo que había florecido en mí cuando asumiera mi identidad lesbiana.
Hubo también otros sentimientos más complejos. Al amar a las mujeres, sentí más que orgullo. Me sentí orgullosa de atreverme a amar a las mujeres, orgullosa por las luchas que había tenido que enfrentar y por las que vendrían. Por mi coraje para ponerme de pie y dar un paso al frente. Mi miedo de enamorarme de un varón era, digámoslo, heterofobia. Muchas voces internas comenzaron a alertarme, muchas de ellas más preocupadas por los principios que por los sentimientos. Cuando la gente me vea, me vera con un hombre y nunca sabrán que amo a las mujeres. Y si realmente las amara, ¿por qué querría yo estar con un varón?. ¿Estoy traicionando mis propios sentimientos?. No quiero perder toda la cultura creada en tomo a las mujeres. No he sido lesbiana el tiempo suficiente. La gente va a decir que volví a los hombres. La comunidad de lesbianas va a pensar que soy una traidora. Yo quiero ser parte de esa comunidad. Yo quiero pertenecer.
Algunas de esas voces han demostrado tener razón, y otras estaban completamente equivocadas. Cuanto más las oigo repetir sus argumentos, más reconozco los elementos de exclusión, de oposición, y más fácil me resulta filtrar mi propia verdad a través de ellos. Pero algunas voces han sido muy tenaces y persistentes. Mucha gente me ve con un hombre y da por sentado que soy heterosexual. Es muy frustrante estar educando a la gente todo el tiempo. Puedo besar a mi pareja en público sin miedo a ser hostigada. La gente adivina cual es nuestro vínculo cuando él me va a buscar al trabajo. Pero yo no traicioné mis sentimientos. Amo a mi compañero y se que me hubiese traicionado a mí misma si hubiera dejado de lado la posibilidad de esta relación, que es mutuamente satisfactoria y amorosa, para conservar mi identidad fija como lesbiana. Y la heterosexualidad, si bien conlleva determinados privilegios no es necesariamente fácil. La heterosexualidad feminista no es fácil, y la bisexualidad feminista es aun más compleja. En mi pareja estamos continuamente reinventándonos, descubriéndonos en roles y presupuestos sexistas y tratando de salir de ellos. Indagar acerca de esos roles y presupuestos era una tarea más fácil cuando yo solo me rodeaba de mujeres, porque no había nadie que cumpliera con el rol masculino y enunciara sus presupuestos. Con mi compañero, cada vez que nuestra relación se ve sutilmente invadida por pedacitos de desigualdad, hace falta una vigilancia mayor para extirparlos. Las formas de conducta que aprendimos en la infancia nos son tan familiares que en cierta medida se toman invisibles, por más que tengamos las mejores intenciones del mundo.
Y luego esta la paradoja de la monogamia. El componente "mono"/uno de la monogamia, ¿puede coexistir con el "bi"/dos-sexualidad?. Muchos estereotipos le atribuyen a la conducta bisexual la prolifidelidad o una serie de sucesivas relaciones monogámicas. Es cierto que las personas bisexuales estamos en un lugar privilegiado para explorar posibilidades de relacionamiento que vayan más allá de lo convencional. Pero, ¿qué presupuestos estamos aceptando al rechazar la monogamia?. La aceptación de sentimientos fluidos y múltiples, ¿necesariamente desemboca en la aceptación de relaciones fluidas y múltiples?. Ser bisexual y monógama/o, ¿nos parece una contradicción insalvable?. ¿Sentimos que si nos relacionamos con un solo sexo, es decir, si mantenemos una sola relación, nos estaremos perdiendo partes de nosotras/os mismas/os?. Si contestamos que si a esas preguntas, tal vez estemos promoviendo una definición cerrada de la sexualidad, una definición donde nuevamente la identidad queda atada a la conducta. En este momento yo elijo la monogamia, pero no considero que mi pareja (que ya lleva muchos años conmigo) contenga la totalidad de mis sentimientos. Aprender a considerar valido el deseo sin que necesariamente haya que actuarlo es un desafío al que se enfrenta cualquier relación que dure mucho tiempo. Para mantener un auto concepto bisexual en una relación monógama, ese desafío resulta un imperativo.
Mi preocupación por lo que opinaría la comunidad lesbiana actúo como catalizador de otros cambios en mi vida. Anticipándome a su desaprobación, lentamente fui dejando de considerarme parte de la comunidad; por supuesto que sigo teniendo amigas lesbianas y siempre incorporo alguna nueva; también he ido a marchas y a otros eventos, pero ya nunca sentí ni espere sentir aquel apoyo universal, incondicional. Muchas veces me descubrí internalizándo lo que yo percibía como los principios de inclusión y exclusión de la comunidad. A veces inclusive le puse una cara a mi jueza interna, la de alguna lesbiana a la que yo no conocía bien o una que me pareciera de gran influencia en la comunidad, y le encargué a ella la tarea de representar lo que todas consideraban moral. Mientras creí en la polaridad de "nosotras y éllas/os", nunca pude encontrar una manera de incluirme. Lloré mi pérdida.
En realidad, a medida que fui hablando con otras mujeres sobre mi relación con un hombre, tuve muy pocas experiencias en las cuales ellas tomaran distancia de mi o abiertamente me negaran mi derecho a pertenecer. Por el contrario, casi todas las experiencias resultaron afirmativas, de intercambio, de mayor unión. Una de mis amigas lesbianas dice que el conocerme a mi y el escucharme hablar acerca de mi proceso le hizo cambiar de actitud hacia las mujeres bisexuales. Otras dos amigas han entablado relaciones con varones. En otro caso, el hecho de que yo me asumiera como bisexual provoca conversaciones larguísimas y maravillosas acerca de las ideas sobre la sexualidad, el poder de los secretos y por oposición, de la verdad, y el equilibrio de las paradojas en nuestras vidas.
Gran parte de la aceptación que he obtenido tiene que ver con mi insatisfacción frente a la palabra "bisexual" en cuanto a descripción de mi persona. Es cierto que describe a las personas con las que yo podría relacionarme eróticamente, pero no dice nada acerca del proceso que me trajo a donde estoy, de mis sentimientos, de lo que yo creo. Es la fotografía en blanco y negro de mi vida, llena de colores vibrantes. Para compensar la falta de una etiqueta adecuada, que igualmente tendría sus limitaciones, lo que hago es contar mi historia, lo máximo que la situación me permita. Eso le da a la gente la posibilidad de escuchar no la traidora, o la que esta en el medio, sino un proceso, una lucha por entenderse mejor a una misma y asumirse tal como una es. Les da lugar para escuchar hablar de sentimientos y poder contar los propios. Me da lugar a mí, y a todas y todos, para ser más que un nombre.
De todo esto aprendí una clase diferente de orgullo. Mi orgullo como lesbiana era un poquito más glorioso: ¡Guau!. ¡Miren quién soy!. Mi orgullo actual es un poco más calmado, más complejo. Busco menos la validación externa, y más la interna. Estoy orgullosa de mi propio crecimiento, de mi coraje y de mi tenacidad para elegir como individuo, para encontrar una vida que encaje conmigo en lugar de una que encaje con el mundo y sus muchas definiciones. Siento orgullo de mi totalidad, de la complejidad de mi ser.
Hace poco recibí una carta de una de mis primeras amigas lesbianas, una mujer a quien le estoy agradecida por su infinito apoyo y sus consejos a través de varios enamoramientos y decepciones, y en momentos clave de mi proceso para asumirme. Ella pensó que me interesaría saber que últimamente se ha dedicado, tanto en su obra artística como en su vida personal, a trabajar el tema de como curarnos de las falsas dicotomías (18). Es decir, buscar conexiones y puntos comunes entre las ideas que artificialmente han sido planteadas como opuestas. Ver, por ejemplo, a la naturaleza no como algo separado de nosotras/os, algo que esta allá afuera, sino algo que nos incluye, que le pertenecemos y nos pertenece. No hay límites en este proceso. Ella encontró una parte suya que no quiere excluir a los hombres como potenciales compañeros.
Inclusión. Descubrir la apertura donde creíamos que había polaridad.
Sanar las falsas dicotomías.
Es cierto que extraño las conexiones más completas y próximas que alguna vez tuve con la comunidad. Grupos y actividades que antes yo sentía muy cercanos a mi crecimiento y a mi experiencia, ahora me hacen sentir un tanto fuera de lugar. Extraño la tranquila satisfacción que sentía cuando, al ver a otra lesbiana, yo sabia que en un sentido éramos de la familia. Pero mi experiencia me ha dado un espacio para pensar si la comunidad es tan sólida como aparenta ser. He visto tantas divisiones, escuchado tantas historias de mujeres que se han sentido traicionadas por sus comunidades que he tenido que repensar mis percepciones y expectativas. Todavía creo en la fuerza de una VOZ unida, y sigo comprometida con ser parte de esa voz. Pero creo que la seguridad que percibí como universal e incondicional fue algo naif, ilusorio, condenado a partirse en algún punto. Ahora pienso en una "comunidad personal", en la creación de alianzas individuales que no se basen en etiquetas o en convenciones sino en las narrativas individuales o, como decíamos en los cursos de Estudios de la Mujer en los años 70's, en la Historia Personal. Lleva más tiempo, pero es más duradero, más genuino teniendo en cuenta la travesía única de cada cual. Pienso en construir y reconstruir la política basándonos en la realidad de lo que vivimos, en como hemos usado nuestras historias personales para crear las bases del feminismo contemporáneo: lo personal convertido en político.
Contar nuestras historias sigue siendo importante. A medida que cambiamos como mujeres individuales, nuestras historias cambian, nuestras necesidades cambian, y hacemos crecer al feminismo como movimiento. Tenemos que estar en contacto unas con otras sin asumir que ya sabemos en que dirección debe ir nuestra lucha feminista. Mi concepción de un enfoque feminista del cambio es algo que comienza en pequeño, con una mujer conectándose con otra, luego otra y luego otra y otra. Así entiendo yo, que se origina nuestra fuerza y nuestro poder. Como mujeres, observamos lo que somos, como podemos "encajar" unas con otras, y vamos modificando esa visión hasta que nuestra manera de pensar se expande para incluir todos los niveles de nuestra realidad. Los valores de las comunidades feministas se centran en la participación colectiva de todas. Tiene sentido aplicar esa idea a una percepción cambiante de la sexualidad: la inclusión de todas las partes es la inclusión de todo lo que nos constituye, de los corazones que nos hacen vivir.
Notas.
Mi efusivo agradecimiento a Karen Parrish, cuyos comentarios me ayudaron a hacer de este articulo una totalidad; a Sally White, que fue la primera en sugerirme que escribiera esto o algo por el estilo; y a Beth Ruml, Steven O'Dell, Diane Sarotte y todas las otras/otros cuyos insights y reflexiones una y otra vez alimentaron mi propio pensamiento.
1. Anne Carson en su obra Eros: "The Bittersweet". (Princeton: Princeton University Press, 1986) llamó mi atención sobre este cuento y sobre el tema del deseo y su significado.
2. Sigmund Freud, "El sentido antitético de las palabras primarias". Obras completas.
3. Jacques Derrida., "Diseminación".
4. Helene Cixous, "Sorties: Out and Out: Attacks/Ways Out/Forays".
5. Ibid.
6. Ibid.
7. Arleen B. Dallery, "The Politics of Writing (the) Body". Jones, Ann Rosalind, "Writing the Body: Toward an Understanding of l'Ecriture Feminine".
8. Luce lrigaray, "Ese sexo que no es uno".
9. Cixous, op. cit
10. Cixous, op. cit.
11. Cixous, op. cit.
12. Cixous, op. cit.
13. Cixous, op. cit.
14. Freud, op. cít
15. James Hillman, Re-Visioning Psychology.
16. Fritz Klein et al. "Sexual Orientation: A Multivariable Dynamic Process".
17. Esta conexión mediante características estáticas es también la razón por la cual, creo yo, todavía no ha florecido una comunidad bisexual similar a las de lesbianas y de gays. La identidad bisexual es más fluida que fija, tiende más a escaparse de las definiciones que a encerrarse en ellas.
18. Le agradezco a Greacian Goeke por introducirme en el uso de este termino.
(*) Ruth Gibian es poeta y trabajadora social. Vive en Portland, Oregon, EEUU. Sus poemas han sido publicados en Poetry Northwest, "The Seattle Review y Nimrod". Ha coordinado talleres de escritura en varias universidades y escuelas públicas rurales. Trabaja con jóvenes pertenecientes a minorías sexuales.
Este artículo se publicó en el libro "Closer To Home. Bisexuality & Feminism", editado por Elizabeth Reba Weise. Seattle, Washington, EEUU. "The Seal Press". 1992. Traducción: Alejandra Sarda, Buenos Aires, marzo 1998.

No hay comentarios:

Publicar un comentario